Flavio Josefo - sobre LOS ESENIOS

Flavio Josefo: ANTIGÜEDADES JUDAICAS, 13, 5, 9
En esta época (1) había tres partidos entre los judíos, que sostenían distintas
opiniones sobre los negocios humanos. Uno se llamaba el partido de los fariseos, el
otro el de los saduceos y el tercero el de los esenios. Los fariseos afirmaban que
algunos sucesos, aunque no todos, son obra del Hado (2), y por tanto el hombre no
puede decidir que ocurran o no. El partido de los esenios, en cambio, sostiene que el
Hado domina todas las cosas y que todo cuanto sucede a los hombres es por decisión
suya. Y los saduceos prescinden del Hado, sosteniendo que no existe. Niegan que los
acontecimientos humanos se produzcan según su disposición y afirman que todo
depende de nuestro propio poder, de forma que somos nosotros mismos los que
provocamos nuestra buena suerte y que sufrimos lo malo a causa de nuestra
imprevisión. Pero ya he dado más detalles sobre estos partidos en el libro segundo
sobre los asuntos de los judíos.


Flavio Josefo: ANTIGUEDADES JUDAICAS, 18, 1, 5
En general, la doctrina de los esenios lo refiere todo a Dios. Dicen que las almas son
inmortales y dan gran valor a la recompensa del justo. Envían ofrendas al Templo,
pero llevan a cabo sacrificios con peculiares ritos purificadores, y por ello se mantienen
apartados de los recintos del santuario, que están abiertos a todos, y ofrendan por sí
mismos los sacrificios. En otros aspectos son hombres excelentísimos por su modo de
vida y se dedican por completo a la agricultura. Una de sus prácticas despierta
especialmente la admiración de los demás aspirantes a la virtud, puesto que ni entre
los griegos o los extranjeros ha existido algo semejante. Es la suya una práctica muy
antigua, que nunca se ha entorpecido, y es la de tener sus bienes en común. El rico no
obtiene de su propiedad mayor beneficio que el que carece de todo. Y ésta es una
práctica que respetan más de cuatro mil hombres. Tampoco toman esposa ni admiten
esclavos, pues consideran que la esclavitud provoca la injusticia, y el matrimonio es
motivo de riñas. Por lo tanto, viven solos y se sirven los unos a los otros. Eligen
hombres buenos como administradores de sus ingresos y de los productos de la tierra,
y sacerdotes para la elaboración del pan y de (otros) alimentos. Su forma de vida no
se diferencia o, mejor dicho, está muy próxima a la de los dacios llamados "polistae".

Flavio Josefo: LAS GUERRAS DE LOS JUDÍOS, 2, 8, 2-13
2. Entre los judíos había tres sectas filosóficas. Los secuaces de la primera son los
fariseos, los de la segunda lo saduceos y los de la tercera, que tienen la reputación de
una mayor santidad, reciben el nombre de esenios. Éstos son judíos de nacimiento, y
los unen lazos de afecto más fuertes que los de las otras sectas. Rechazan los
placeres, estiman la continencia y consideran como una virtud el dominio de las
pasiones. Permanecen célibes, y eligen los hijos de los demás, mientras son maleables
y están a punto para la enseñanza, los aprecian como si fuesen propios y los instruyen

en sus costumbres. No niegan la conveniencia del matrimonio ni pretenden acabar la
generación humana, pero se guardan de la lujuria femenina, convencidos de que
ninguna mujer es fiel a un solo hombre.
3. Desprecian las riquezas y su forma de vida en comunidad es extraordinaria Entre
ellos ninguno es más rico que otro, puesto que, de acuerdo con su ley, los que
ingresan en la secta deben entregar su propiedad a fin de que sea común a toda la
orden, tanto que en ella no existe pobreza ni riqueza, sino que todo está mezclado
como patrimonio de hermanos. Consideran que el aceite es contaminador. Si alguno de
ellos lo toca, aunque sea accidentalmente, le frotan el cuerpo. Consideran conveniente
el conservar la piel seca y vestir siempre de blanco. Eligen administradores encargados
de sus propiedades comunes, y son tratados con absoluta igualdad en cualquiera de
sus necesidades.
4. No viven en una sola ciudad, pero en cada una moran muchos de ellos. Cuando
llega algún miembro de otro lugar, le ofrecen cuanto tienen como si fuera de él, y le
tratan como si fuese íntimo aunque no le hayan visto jamás. Por esta razón cuando
salen de viaje no llevan nada encima, excepto sus armas como defensa contra los
ladrones (3). En cada ciudad hay un encargado de la orden para cuidar de los
forasteros y proporcionarles vestidos y todo lo necesario. Su circunspección y su porte
corresponden al de jóvenes educados bajo rigurosa disciplina. No renuevan la ropa ni
el calzado hasta que están rotos o desgastados por el uso; no compran ni venden nada
entre ellos, pero cada uno da lo que otro pueda necesitar, recibiendo a cambio algo
útil.
Independientemente de los trueques, nada les impide aceptar de cualquiera aquello
que puedan necesitar.
5. Su piedad es extraordinaria. No hablan de materias profanas antes de que el sol
nazca, sino que rezan ciertas oraciones recibidas de sus padres, para rogarle que
aparezca. Después sus directores los despiden para que cada uno se dedique a su
labor, trabajando con ahínco hasta la hora quinta, después de la cual se reúnen en un
lugar y se bañan en agua fría cubiertos de velos blancos. Acabada la purificación, se
recogen en unos aposentos donde no pueden entrar individuos de otra secta; acto
seguido, libres de toda contaminación penetran en el comedor como si fuera un santo
templo y se sientan en silencio. Entonces el panadero dispone los panes y el cocinero
les coloca delante un plato con una sola comida. Un sacerdote bendice la comida,
porque sería una falta probar el alimento antes de haber dado gracias a Dios. El mismo
sacerdote, una vez han comido, repite la oración de gracias. Tanto al principio como al
final honran a Dios como sostén de la vida. Luego se quitan los vestidos blancos y
trabajan hasta la noche; cenan de la misma forma, acompañados de los huéspedes, si
los tienen. Ningún grito ni disputa perturba la casa; todos hablan por turno. A los
extraños este silencio puede parecerles un tremendo misterio, pero tiene su
justificación en su templanza en el comer y el beber, en lo que nadie se excede.
6. No hacen nada sin consentimiento de sus directores, excepto cuando se trata de
ayudar al necesitado y compadecer a los afligidos. En estos casos tienen permiso para
proceder según su propia voluntad en socorro de los que lo merecen y para dar de
comer a los pobres. Pero en cambio no pueden dar nada a sus parientes o deudos sin
licencia de sus jefes. Saben moderar su ira y dominar sus pasiones; son fieles y
respetan la paz. Cumplen cuanto han dicho como si lo hubieran jurado, porque
aseguran que está condenado quien no puede ser creído sin juramento. Estudian con
entusiasmo los escritos de los antiguos, sobre todo aquellos que convienen a sus almas
y cuerpos, y aprenden las virtudes medicinales de raíces y piedras.

7. A los que aspiran a entrar en la secta, no los admiten inmediatamente, sino que les
prescriben su modo de vida durante un año, fuera de su comunidad, entregándoles
una hachuela, una túnica y una vestidura blanca. Cuando el candidato ha dado
pruebas de su continencia durante este tiempo, lo dejan asociar más a su modo de
vida y participar de las aguas de la purificación, pero todavía no es admitido en sus
prácticas de vida en común. Para ello necesita afirmar su carácter durante dos años
más; y si previo examen se muestran dignos de ello, los acogen en el seno de la
comunidad. Y antes de que puedan tocar la comida común, deben pronunciar severos
juramentos de que, ante todo, honrarán a Dios, y después que serán justos, que no
dañarán a nadie deliberadamente o por orden ajena, y que odiarán al malvado y
ayudarán al justo; que serán fieles a todos, y en especial a los que mandan, porque
nadie alcanza el gobierno sin la voluntad de Dios, y que, si llegasen a ostentar
autoridad, no abusarían de ella, ni tratarían de rivalizar con sus subordinados en
vestidos ni en riquezas; que amarán la verdad y reprobarán a los mendaces; que no
mancillarán sus manos con el robo, ni su alma con ilícitos provechos; y también que no
ocultarán nada a los miembros de su secta, ni revelarán nada de sus asuntos a los
demás; aunque los amenacen con la muerte. Además, juran que nadie establecerá sus
doctrinas de otra manera de cómo las han recibido, huirán del latrocinio (4),
conservarán los libros de sus leyes y honrarán los nombres de los ángeles Éstos son
los juramentos con los cuales ponen a prueba la fidelidad de los candidatos.
8. Expulsan de su orden a aquellos que incurren en delito grave, y a menudo ocurre
que el repudiado muere de modo miserable, porque tanto por sus juramentos como
por su condición, no tiene libertad para recibir comida y bebida de otros; se ve
obligado a alimentarse de hierba, con lo cual su cuerpo se va adelgazando hasta que,
finalmente, muere. Por esta causa muchas veces se compadecen de ellos y los
readmiten cuando están al límite del agotamiento, considerando que sus faltas han
sido suficientemente castigadas con estos sufrimientos casi fatales.
9. Son muy justos y equitativos en sus juicios, en los que intervienen no menos de
cien miembros, pero lo que éstos deciden es inapelable. Después de Dios, honran el
nombre de su legislador (Moisés), y si alguno habla mal o blasfema contra él, es
condenado a muerte. Obedecen de inmediato a los ancianos y a la mayoría, de forma
que, si diez están reunidos, ninguno hablará en contra de los deseos de los otros
nueve. Evitan escupir enfrente o a la derecha de los demás. Su abstención de trabajar
en el séptimo día (de la semana) difiere notablemente de los demás judíos; no sólo
preparan la comida la víspera, por no encender fuego en día de fiesta, sino que ni
siquiera se atreven a levantar una vasija o ir a la letrina. Los otros días cavan una
pequeña fosa de un pie de hondo, con la hachuela (o azadilla) que se da a los neófitos,
y se cubren con sus túnicas para no ofender al resplandor divino al aligerar sus
vientres; después la cubren con la tierra que sacaron antes, pero todo ello después de
haber elegido para tal fin un lugar lo suficiente apartado. Y aunque la evacuación sea
una función natural, acostumbran a lavarse después, como si considerasen que se
habían mancillado.
10. Según sea su tiempo de vida ascética, se dividen en cuatro grupos, y los más
nuevos son hasta tal punto considerados como inferiores que si por casualidad tocan a
algunos de los antiguos, éstos deben lavarse igual que si hubiesen sido tocados por
algún extranjero. Viven largo tiempo, y muchos de ellos llegan a centenarios, gracias a
la sencillez de su alimentación y también por su forma regular y moderada de vivir.
Desprecian las adversidades y dominan el dolor con la ayuda de sus principios, y
consideran que una muerte gloriosa es preferible a la inmortalidad. Su guerra contra

Roma demostró fuerza de alma en todos los aspectos, porque, aunque sus cuerpos
eran atormentados, dislocados, quemados o desgarrados, no se consiguió que
maldijesen a su legislador o que comiesen algo prohibido por su ley; tampoco
suplicaron a sus atormentadores ni derramaron una lágrima, antes sonreían en medio
del dolor, se burlaban de sus verdugos y perdían la vida valerosamente, como si
estuvieran convencidos de que tornarían a nacer.
11. Esta opinión la sostenían todos ellos, es decir, los cuerpos son corruptibles y su
materia no es permanente; sus almas son inmortales, imperecederas, proceden de un
aire sutilísimo y entran en los cuerpos, donde se quedan como encarceladas, atraídas
con halagos naturales. Cuando se libran de las trabas de la carne se regocijan y
ascienden alborozadas como si escapasen de un cautiverio interminable. Las buenas
almas, y en esto coinciden con la opinión de los griegos, tienen sus moradas allende el
Océano, en una región exenta de lluvia, nieve y calor excesivo, porque es refrescada
de continuo por la suave caricia del viento occidental que llega a través del Océano.
Las almas malas van a un paraje oscuro y tempestuoso, henchido de castigos eternos.
Y en verdad se me antoja que los griegos tuvieron la misma idea cuando señalaron las
islas de los bienaventurados para los personajes que denominan héroes y semidioses;
y a los malos les han señalado el Hades, donde, de acuerdo con sus fábulas, ciertas
personas, tales como Sísifo, Tántalo, Ixión y Titio, reciben su castigo, teniendo por
cierto en principio que las almas son inmortales. Esto es un incentivo para la virtud y
una admonición pata la maldad, porque los buenos mejoran su conducta con la
esperanza de la recompensa tras su muerte, y las inclinaciones viciosas de los malos
se refrenan con el miedo y la esperanza, pues, aunque se oculten en esta vida,
sufrirán castigo eterno en la otra. Éstas son, pues, las divinas doctrinas de los esenios
acerca del alma, que encierran un señuelo irresistible para quienes han sido atraídos
por su filosofía.
12. Hay entre ellos algunos que aseguran saber las cosas futuras con la lectura de sus
libros y varias clases de purificaciones, amén de estar muy versados en los dichos de
los profetas. Muy pocas veces sus predicaciones resultan fallidas.
13. Existe además otra orden de esenios, que están de acuerdo con los anteriores
sobre conducta, costumbres y leyes, pero difieren en la opinión del matrimonio. Dicen
que el hombre ha nacido para la sucesión y que, si todos los hombres la evitasen, se
extinguiría la raza humana.
Sin embargo, ponen a sus mujeres a prueba durante tres años, y si hallan que sus
purgaciones naturales son idóneas y aptas para la procreación, se casan con ellas.
Pero ninguno se acerca a su esposa mientras está embarazada, como en demostración
de que no se casan por placer, sino con vistas a la multiplicación. Las mujeres se
bañan con las túnicas puestas, lo mismo que los hombres. Éstas son las costumbres de
esta orden de esenios.
NOTAS:
(*) Publicado en Edmund Sutcliffe, Los monjes de Qumrán, Garriga, Barcelona, 1962,
(agotado).
(1) Durante la supremacía de Jonathan (160-142 a. C.)
(2) En este caso Josefo acomoda su léxico al de los lectores paganos; pero piensa en la
omnipotente Providencia.
(3) Los pobres, sobre todo si no llevan nada consigo, poco o nada han de temer de los
ladrones; pero estos pobres eran esenios que proclamaban la sumisión al poder
romano y se desentendían incluso de la fabricación de armamentos. Sostenían que

toda autoridad viene de Dios. Esta doctrina significaba la anatemización de los zelotas,
a los que Josefo suele llamar bandidos.
Defendían que era una traición a la única realeza de Dios, el privilegio sagrado de
Israel, y consideraban derecho suyo, e incluso su deber, matar a los culpables de
desobedecer la Ley divina.
(4) Sorprenderá al lector el voto de abstenerse del latrocinio o bandidaje, que parece
desplazado en el caso de individuos que profesaban la total pobreza individual. Ello
indujo a Lagrange, Judaisme, Pág. 314, n. 3, a considerar el texto corrupto. Mas Josefo
emplea a menudo la palabra "bandido", "ladrón", en el caso del partido cuyos
principios describe como los de la cuarta "filosofía" judía; se llamaban a sí mismos
"zelotas", porque les movía el celo por la religión nacional, y en particular, por el único
señorío de Dios. No admitían como gobernantes a personas de origen extranjero; esta
doctrina chocaba abiertamente con la de los esenios, según la cual el hombre sólo
recibe el poder por voluntad de Dios y, por lo tanto, hay que obedecer a quienes lo
detentan; La lealtad a los gobernantes era una parte del juramento de los candidatos.
Los zelotas llevaban un puñal con el que castigaban inmediatamente las infracciones
de las leyes de Dios, en lo cual tomaban como ejemplo e imitaban el acto del
sacerdote Pinehas (Números 25, 7). Naturalmente, la propiedad de los que
discrepaban de esta opinión no quedaba inmune. Como se comprenderá, el partido se
engrosaba con personas cuyos fines distaban de ser tan honestos, de ahí que llegara a
ser llamado de los "bandidos" y asimismo de los sicarios (de "sica", el puñal que
portaban). Lo del juramento puede ser una adición posterior, cuando las actividades de
los zelotas fueron notorias.

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