ASÍ ENGAÑO LA SERPIENTE A EVA Y ADÁN / EL ETERNO REVELA EL PLAN DE RESCATE AL UNIVERSO

En este video se revela a detalle la manera en que el enemigo engaño y convenció a Adán y Eva para que desobedecieran al Creador y probarán del árbol de la ciencia del bien y del mal, como dato curioso veremos que la descripción de los efectos de aquel fruto, bien podría encajar en lo que seguramente usted esta pensando, aquel fruto revelaría e introduciría a Adan y Eva a la ciencia del bien y del mal formulada por Satanás. Por otra parte esta información derrumbara aquella falsa teoría donde supuesta mente la serpiente fecundo a Eva. Así como la famosa teoría donde pintan a la serpiente como en ser humanoide Reptiliano. Otra falsa doctrina que se derrumbara gracias a esta información es aquella que enseñan religiones como por ejemplo los testigos... o los mormones enseñando que Jesús Cristo y el Padre Creador "son diferentes seres o que Jesús es el Angel Miguel".




Texto:



Apostoles 

Así engaño la serpiente a Eva y adán/ el eterno revela el plan de rescate 

El astuto enemigo, no perdiendo tiempo, se posesionó de una serpiente, la más bella del paraíso, haciéndola aproximarse graciosamente a Eva. Eva, que sentada en el césped jugaba con los animales, percibió la presencia de la atractiva serpiente, cuyo cuerpo reflejaba los colores del arco iris. Estuvo admirada al verla coger flores y frutos del jardín, depositándolos a sus pies. Agradecida, la tomó en los brazos, dedicándole afecto.

Teniendo conquistado el afecto de la mujer, Satanás, en su astucia, comenzó a atraerla para que estuviera junto al árbol de la ciencia del bien y del mal. Sin darse cuenta del peligro, Eva acompañó a la serpiente hasta el árbol de la prueba. Allí, teniendo en los brazos al enemigo oculto, le acarició y le dijo palabras de cariño. Teniendo en los ojos el brillo de la seducción, la serpiente se puso a hablar. Sus palabras eran llenas de sabiduría y ternura y su voz como la  de un ángel.

Eva apenas podía creer lo que veía. Su alegría se volvió inmensa por tener en los brazos una criatura tan fantástica. Comenzaron a conversar sobre muchas cosas: el amor; las bellezas del jardín; el poder del Creador. Eva estaba admirada ante el conocimiento tan extenso de la serpiente, que discurría con maestría sobre cualquier tema. Envuelta por esa experiencia, Eva se olvidó totalmente de su compañero. Ni siquiera pasaban por su mente las advertencias de los ángeles. Adán, enteramente olvidado de los consejos de los mensajeros celestiales, se había apartado en la compañía de algunos animales.

Después de cierto tiempo, sobrevino con ímpetu en su mente el recuerdo de las advertencias recibidas. Sonaron en sus oídos con claridad las últimas palabras pronunciadas por los ángeles: "No se aparten el uno del otro... No se separen ni por un instante, pues es peligroso." Su corazón latió fuertemente al no ver a Eva a su lado. Levantó entonces la voz en un ansioso grito. Su voz, al repercutir por las bóvedas del paraíso, con todo, no trajo consigo una respuesta. El silencio casi lo sofocó. En su aflicción se puso a correr de un lado para el otro, buscándola, en vano.



En esa ansiosa búsqueda, sintió la brisa acariciarle el cabello y recordó su primer sueño. Ese recuerdo, no obstante, se deshizo ante el pensamiento del peligro que los amenazaba. Con la mente tomada por un gran sentido de culpabilidad, Adán apresuró el paso en la angustiosa búsqueda. ¿Dónde estaría su amada? ¿La envolvería a tiempo en sus brazos, librándola de caer? Más de una vez elevó la voz en un ansioso grito que repercutió por todo el jardín: "¿Eva, dónde te encuentras?" esperó una respuesta, pero oyó solamente un eco vacío que lo desesperó. Se acordó del árbol de la ciencia del bien y del mal; allí era el único lugar en donde su compañera podría ser engañada.

Esperando obstruir la única oportunidad del enemigo, avanzó en dirección al lugar de la prueba. Su corazón latió fuertemente al contemplar a lo lejos la copa del árbol prohibido. Con la serpiente en sus brazos, Eva la interrogó respecto de muchas cosas. Se maravilló al percibir que la serpiente la sobrepujaba grandemente en conocimiento. Llena de curiosidad, preguntó a la serpiente: — ¿Dónde está la fuente de tu tan gran saber? Respóndeme, pues quiero también poseerla. — Sin perder tiempo, Satanás, señalando hacia el árbol de la ciencia del bien y del mal, respondió: —allí esta la fuente de todo mi saber. —

Él le contó entonces una mentirosa historia: dijo que era una serpiente como las demás, comiendo de los frutos del paraíso. Probando cierto día de aquel fruto prohibido, recibió, como por encanto, todas las virtudes. Mirando hacia el árbol de la ciencia del bien y del mal, Eva estaba sorprendida y confundida. ¡¿Privaría el Creador en su amor algo tan bueno a sus criaturas?! Viéndola sorprendida, Satanás preguntó: — ¿Es así que Dios dijo: No comeréis de todos los árboles del jardín? — Eva, inquieta, le respondió: — De los frutos de los árboles del jardín comemos, mas del fruto de ese árbol que vos decís ser fuente de sabiduría, dijo Dios: "No comeréis de él, para que no muráis." — La serpiente en tono de desdén dijo: —Eso es falso. Si fuese así, yo habría muerto.

Ciertamente el Eterno les prohibió comer de ese árbol para impedir que el hombre llegue a recibir como Él, conociendo todas las cosas. — Las palabras seductoras de la serpiente causaron confusión en la mente de Eva. ¿En quién confiaría? Tenía en mente el recuerdo de la orden del Creador y de su sentencia, pero al mismo tiempo tenía delante de sí una prueba palpable que Lo contradecía. Aturdida, comenzó a dudar del carácter del Eterno. En un desafío, la serpiente cogió frutos del árbol prohibido y comenzó a saborearlos.

Colocando un fruto en las manos de la mujer, la estimuló a comer, diciendo: — ¿No dijo el Eterno que si alguien tocase ese fruto moriría?— Un completo silencio reinaba sobre el Universo. En cada planeta habitado, los hijos de la luz contemplaban impotentes aquella angustiante escena. El futuro de ellos estaba en juego. En Jerusalén había gran conmoción. Poderosos ángeles se presentaron delante del Creador, solicitando permiso para desenmascarar al cobarde enemigo, oculto en aquella serpiente. El Eterno, sin embargo, les impidió tal acción. Si el uso de la fuerza fuese la solución, ya la habría aplicado.

 Debían respetar el libre albedrío concedido al hombre, pudiendo él manifestar su elección bajo la tentación del enemigo. Los hijos de la luz sufrían inmensamente al ver a la mujer dudando de Aquél que tan bondadosamente les había dado la vida y la oportunidad de reinar en aquel paraíso. ¡¿Cómo podía dudar de quién les dedicaba tanto amor?! Adán, que en una fuerte esperanza de asegurar la acariciada victoria se apresuraba en su corrida, contempló a lo lejos a su amada, sentada junto al árbol de la prueba.

¡¿Qué hacía Eva en aquel lugar tan peligroso?! Un presentimiento horrible le sobrevino, al acordarse una vez más de las advertencias recibidas, mas procuró desterrarlo con el pensamiento de que alcanzaría a su esposa antes de que algún mal le ocurriese. Eva vacilaba en su convicción al contemplar el fruto en sus manos. Por algunos momentos el futuro le pareció sombrío y aterrador, pero venció ese sentimiento, pensando en las glorias que habría de conquistar al comer aquel fruto. Todavía un tanto indecisa, levantó lentamente las manos hasta tocar el fruto con los labios.

Los súbditos del reino de la luz, estremecidos, se inclinaron arrebatados de gran espanto. Parecía casi imposible, en ese momento, que la mujer volviera atrás. Mientras que pálidos los fieles indagaban sobre una posible esperanza, presenciaron con horror la terrible decisión de Eva: Había resuelto romper para siempre con el Creador, tornándose cautiva de la muerte. El Eterno, que en silente dolor contemplaba aquella escena de rebelión, inclinó la frente teniendo la faz bañada en lágrimas.

No podía soportar el dolor de aquella separación. Los fieles, que en pánico se creían vencidos, fueron concientizados de que no todo estaba perdido. Si Adán resistiese la tentación, permaneciendo fiel al Eterno, él sellaría la gran victoria. Eva, que había sido víctima de un engaño, podría ser concientizada de su error, siendo favorecida con el perdón divino. Cuando Adán en su angustiosa corrida alcanzó el lugar de la prueba, ya era demasiado tarde. Sentada junto al río, Eva saboreaba despreocupadamente el fruto prohibido.

 Adán se estremeció. ¿Sería el mismo fruto de la prueba? En un gesto de esperanza miró hacia el árbol de la ciencia del bien y del mal, mas en llanto reconoció la triste condenación. Lleno de tristeza contempló a su esposa, mas no encontró palabras para despertarla de la tan amarga realidad. En completa desesperación, elevó la voz en una dolorosa exclamación: "Eva, Eva, qué es lo que estás haciendo". Al comer del fruto prohibido, la mujer fue tomada por emociones que la hicieron imaginar haber alcanzado una esfera superior de vida. Al oír la voz de su esposo, todavía tomada por las emociones ilusorias, levantó la frente estampando una sonrisa, pero se sorprendió al verlo llorando.

Con profunda amargura, Adán procuró saber la razón que la había llevado a rebelarse contra el Eterno. Eva, prontamente, comenzó a contarle la fantástica historia de la sabia serpiente. Satanás sabía que esa historia de la serpiente jamás convencería al hombre a comer del fruto del árbol prohibido. Precisaba encontrar una manera sutil de llevarlo a sellar su suerte siguiendo los pasos de su esposa. Teniendo a Eva bajo su poder, resolvió hacer de ella el objeto tentador. Aguardaría el momento oportuno para enlazarlo. En  el día en que de él comiereis, ciertamente moriréis. El recuerdo de esta sentencia dejaba a Adán muy afligido.

 La expectativa de ver a su amada falleciendo en sus brazos, era demasiado para soportar. Esta aflicción, sin embargo, fue disminuyendo, al ver que ella continuaba feliz y cariñosa a su lado, como si ningún mal le hubiese acontecido. Aliviado, Adán volvió a sonreír, correspondiendo a los afectos de su compañera. Se rindió a las más dulces emociones, lejos de saber que era el enemigo quien lo envolvía en aquellos abrazos. En ese momento de embeleso, Eva comenzó a hablarle de su experiencia con la ciencia del bien y del mal.



Le habló de los tesoros de la sabiduría que le habían sido abiertos. En su nuevo reino, viviría muy feliz. Sin embargo, esa felicidad sería incompleta sin la participación de su esposo. Le habló de la imposibilidad de retroceder en sus pasos, e insistió para que él la siguiera. Después de hablarle de su decisión, Eva, con una dulce sonrisa, le extendió las manos conteniendo un fruto, pidiéndole que lo comiese en una demostración de su amor por ella. Con la voz tentadora en sus oídos, Adán se sentó en el césped en profunda reflexión.

 Su faz se tornó nuevamente pálida y sus manos temblorosas. Temía rebelarse contra el Creador, pero al mismo tiempo comprendía que no conseguiría vivir separado de su compañera, a quién amaba con infinito amor. Eva era carne de su carne, la extensión de su ser. Se sentía angustiado al tener que tomar una decisión tan seria. La palidez del rostro de Adán se reflejó en el semblante de todos los fieles al Eterno. Oyeron la insinuación del enemigo y percibieron con horror la vacilación del hombre. La indecisión de Adán los dejaba desesperados.

Si obedeciese él aquella propuesta de Satanás, toda felicidad sería eternamente desterrada. En las decisiones del ser humano estaba el destino de todo el Universo. ¿Atendería él a la solicitud de Satanás? Después de intensa lucha interna, Adán miró hacia su compañera; a ella se había unido en promesas de una eterna entrega. No la dejaría sola ahora. Compartiría con ella los resultados de la rebelión. Tomó entonces de las manos de Eva un fruto y, en un gesto precipitado, lo llevó a la boca.

Procurando apagar la voz de su conciencia, que le hablaba de una eterna perdición, Adán se lanzó en los brazos de su esposa, disfrutando el alto precio de su rebelión. Satanás, con gritos de triunfo, dejó el paraíso, volando rápidamente junto a sus innumerables huestes, que aguardaban ansiosas el resultado de tan arriesgada tentativa. Al saber de la desgracia humana, se unieron en una estruendosa fiesta. Se sentían seguros. Sión ahora les pertenecía por derecho, pudiendo allí establecer un reino eterno, jamás siendo molestado por las leyes del Eterno.

 En todo el Universo los hijos de la luz sufrían y lloraban la derrota. Nunca hubo tanta tristeza y horror ante el futuro. Las voces que vivían para entonar alabanzas al Creador proferían ahora lamentaciones. El Eterno, que vencido por el infinito dolor Se había postrado en llanto ante la caída del hombre, no estaba, empero, sorprendido. Incluso antes de crear el Universo ya había previsto ese triunfo de la rebeldía y, en Su sabiduría y amor, había idealizado un plan de rescate que lo implicaría en un inmenso sacrificio.

Secando las lágrimas de Su llanto, Se propuso actuar poderosamente en favor de Sus fieles afligidos, impidiendo que éstos cayeran en las manos de los enemigos. En esa misteriosa intervención que aparentemente deponía contra la justicia, el Eterno ordenó que Sus más poderosos ángeles circundasen inmediatamente el jardín del Edén, impidiendo que Satanás tomase posesión del monte Sión. Consoladas ante la manifestación divina, las potentes criaturas, en pronta obediencia, rompieron el espacio infinito, rodeando en instantes el paraíso, en el seno del cual el ser humano, trastornado ya por el pecado, vivía el negror de una noche que sería larga y cruel.

 Siendo la autoridad del Eterno fundamentada en la justicia, ¿de qué manera podría justificar Sus acciones delante de los enemigos? ¿No había entregado por Su voluntad el reino al hombre, y éste por libre elección  no lo había sometido a Satanás? Mientras que sorprendidas las criaturas racionales consideraban las acciones decisivas de Dios, oyeron Su potente voz que, repercutiendo por toda la creación, traía la revelación del gran misterio —revelación tan maravillosa que a partir de aquel momento, por toda la eternidad, ocuparía la mente de los fieles, siendo tema para las más dulces meditaciones. —



El Eterno habló primeramente sobre la terrible condenación que pendía sobre el hombre y toda la creación. Dijo que, al desligarse de la Fuente de la Vida, el hombre se había precipitado en tan profundo abismo que no podría ser alcanzado por Su brazo de justicia y poder. Humillado y torturado por las garras del enemigo, no le quedaba al hombre otra suerte más allá de la muerte—fruto doloroso de su espontánea rebelión. — Considerando la situación humana,  las huestes de la luz no veían posibilidades de triunfo. Sabían que solo el hombre podría retomar el dominio del enemigo, devolviéndolo al Creador.

Pero el ser humano, eternamente esclavizado en su naturaleza, sería incapaz de tal victoria. Con voz melodiosa y llena de ternura, Dios reveló el plan de la redención, diciendo: "En verdad, el hombre cosechará el fruto de su rebelión en una terrible muerte. No puedo, con mi poder, cambiarle la suerte. Si actuara así, sería injusto delante de mi decreto. Pero haré caer toda la condenación sobre un Substituto que surgirá en la descendencia humana. Ese Hombre no traerá en sus manos las argollas de la muerte, siendo inocente e incontaminado en Su naturaleza.

 Como representante de la raza humana, enfrentará a Satanás y lo vencerá. Después de triunfar en esa batalla, probando que el amor es más fuerte que el egoísmo, que la verdad es más fuerte que la mentira, que la humildad es más poderosa que el orgullo, el fiel Substituto levantará las manos victoriosas  no para saludar la gran conquista, sino para tomar de las manos de la humanidad esclavizada la copa de su condenación. Sorberá así, sumiso, el cáliz de la eterna muerte.

Ese inmenso sacrificio abrirá a los seres humanos una oportunidad de ser redimidos, volviendo a los brazos del Creador, juntamente con el dominio perdido." Las huestes, sorprendidas ante la revelación del Eterno, indagaron la identidad de Ese Substituto. El Creador, con una sonrisa amorosa, les dijo: "Yo seré ese Hombre. Mi Espíritu reposará sobre una virgen, y en ella será engendrado un Hijo Santo. Ese joven será divino y humano. En su humanidad, él será sumiso a la divinidad que en Él habitará. Los redimidos verán en Él al Padre de la Eternidad, el Creador y Redentor, el Rey de los reyes. Su nombre será Yoshua (nombre hebraico que traducido significa el Eterno salva)." Asumiendo la naturaleza humana, Dios podría pagar el alto precio del rescate, muriendo en lugar de los pecadores.

 Las huestes de la luz se quedaron enmudecidas al conocer el plan del Creador. El pensamiento de verlo a Él someterse a tan penoso sacrificio, a fin de redimir el dominio perdido, era demasiado para soportarlo. No había, sin embargo, otra esperanza de victoria, a no ser a través de esa amorosa entrega. Después de disfrutar el alto precio del pecado, la joven pareja se sintió mal. Inicialmente sintieron un gran vacío en el corazón, que luego fue rellenado por el remordimiento y por la tristeza. Percibieron que, inspirados por la codicia, habían sellado su triste suerte y la de toda la creación. Les parecía oír a lo lejos el gemido de un Universo vencido.

El sol, que los había llenado de vida y calor en aquel día, se ocultaba en el horizonte, anunciándoles una negra noche. El arrebol, que antes allí les había anunciado el feliz encuentro con el Creador, parecía envolverlos en una sentencia de que jamás despertarían hacia un nuevo día. No osaban siquiera mirar hacia la cima, temiendo ver caer sobre ellos el rayo del juicio que los reduciría a polvo. Con la mirada dirigida hacia el suelo frío, les venía a la memoria la sentencia: "En el día en que de él comiereis, ciertamente moriréis." Lágrimas desesperadas rodaban en sus rostros al aguardar el trágico final. Al considerar el motivo de su rebelión, Adán comenzó a recriminar a su esposa por haber dado oídos a la serpiente.

 Eva, a su vez, buscando excusarse, lanzó la culpabilidad sobre el Creador, diciendo: "¡¿Por qué el Eterno permitió que la serpiente me engañara?!" El amor que reinaba en el corazón humano desaparecía, dando lugar al orgullo y al egoísmo, que se fundían en resentimientos y odio. Su naturaleza ya no era pura y santa, sino corrompida y llena de rebeldía. Todo estaba cambiado. Incluso la mansa brisa que antes allí los había bañado en caricias refrescantes, congelaba ahora a la culpable pareja.

Los árboles y las canteras floridas, que eran su deleite, consistían ahora en obstáculos al caminar sin rumbo en aquella noche. El propósito de Satanás en llenar el sábado de tinieblas parecía haberse cumplido. En aquella noche, no existía siquiera el reflejo plateado del claro lunar para hablarles de esperanza. Las estrellas centellantes, suspendidas en el oscuro cielo, estaban ofuscadas por el dolor. Bajaban sobre el mundo las tinieblas de una larga noche de pecado —sombras bajo las cuales tantos se arrastrarían sin la esperanza de un amanecer. — Era alta noche ya y las tinieblas parecían envolver a la triste pareja en eternas sombras.

Ni siquiera meditaban en sus pocas palabras, sofocadas por la agonía, de un amanecer. Cabizbajos, andaban a tientas de aquí para allá, en la expectativa del juicio inminente, que los reduciría al frío polvo, olvidados bajo aquellas tinieblas sin fin. Apareció repentinamente un brillo en el cielo, que iba aumentando a medida que se aproximaba a la tierra. La pareja se estremeció, pues sabían que era el Creador que venía a darles el castigo. Vencidos por el pánico, se pusieron a correr, distanciándose del monte Sión, el lugar de la vergonzosa caída. Justamente hacia allá vieron al Creador dirigirse. Ellos, que siempre corrían al encuentro del amoroso Padre, atraídos por Su luz, ahora huían desesperados en busca de lugares oscuros, y de denso bosque.



El Eterno, movido por infinito amor, comenzó a seguir los pasos de la pareja fugitiva. Mientras caminaba, lloraba al recordar los momentos felices que había pasado junto a ellos en aquel paraíso. ¡Como se había transformado todo! Sus hijos no conseguían ver más en Él un Padre de amor, sino alguien que, airado, buscaba castigarlos. Movido por un fuerte anhelo de abrazar a Sus hijos humanos, Dios hizo repercutir la voz en una indagación: "¿Adán, dónde os encontráis?" Su voz, al sonar en medio de las tinieblas, traía consigo solamente un eco vacío que hablaba de ingratitud y rebeldía.

 ¡Como deseaba envolver a la pareja en un ardiente abrazo, y con palabras de cariño confesarle que Su amor era el mismo! Al ver a Sus hijos huyendo de Su presencia, el Eterno fue embargado de un gran dolor. Ante Su mirar turbado de lágrimas, se extendía el futuro de la raza humana. ¡Cuántos, engañados por Satanás, huirían de Su presencia en el transcurso de la larga noche de pecado, juzgando en Él un Señor tirano, que vive buscando faltas y flaquezas en los pecadores, a fin de castigarlos! El Creador, aún así, no desistiría de buscarlos por los valles sombríos del reino de la muerte, hasta conquistar un pueblo arrepentido. Adán y Eva, exhaustos por la presurosa fuga, se escondieron por entre el follaje al pie de una higuera.

Reconociendo su desnudez, procuraban hacer delantales cosiendo aquellas hojas. Vestidos así, creyeron poder librarse del sentimiento de vergüenza ante el Creador. El Eterno, aproximándose al lugar donde la pareja se escondía, preguntó: — ¿Adán, dónde estáis? — No pudiendo ocultarse más de Dios, Adán se levantó juntamente con su compañera y, cabizbajos, se presentaron ante el Creador, postrándose trémulos a Sus pies. No consiguieron encararlo más, debido al sentimiento de culpabilidad.

 El Creador, cariñosamente, los tomó de las manos, levantándolos del suelo, y, con una expresión de tristeza en el semblante, les preguntó: — ¿Por qué huían de mí? ¿Acaso comieron del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal? — Adán, todo tembloroso, con voz entrecortada por sollozos de temor, respondió: —La mujer que me diste por compañera, ella me dio del fruto y yo comí. — Con esta respuesta, Adán buscaba excusarse, lanzando la culpa sobre su esposa.

Volteándose hacia Eva, el Eterno le preguntó: — ¿Por qué hiciste eso?— Eva prontamente Le respondió: —Aquella serpiente me engañó y yo comí. — Ambos no querían reconocer la culpa, lanzándola sobre otros. En pocas palabras, atribuían al Creador la responsabilidad por todo el mal practicado: ¿"Por qué les había concedido el libre albedrío? ¿Por qué había creado a la mujer? ¿Por qué había creado a la serpiente?" Silente, Dios observaba a Sus hijos que, tímidos y desconcertados, permanecían delante de Sí.

 Con profunda tristeza, Él previó que esa sería la experiencia de incontables seres humanos  en el transcurso de la historia. ¡Cuántos habrían de perderse por no reconocer la propia culpa! ¡Cuántos procurarían justificarse, lanzando sus errores sobre los demás y hasta sobre el mismo Creador! Con blandas palabras, el Eterno procuró hacerlos reconocer su culpa. Solamente reconociendo su necesidad, podrían ser ayudados. Mirando hacia las frágiles vestiduras tejidas por manos pecadoras, dijo a la pareja: —Hijos, esas vestiduras son insuficientes, inmediatamente secándose se desharán. Vosotros precisáis de vestiduras duraderas, que puedan cubrir vuestra desnudez, librándoles de la condenación. Si vosotros quisierais, Yo puedo darles esa vestidura. —



Ante las palabras bondadosas del Creador, que traían esperanza, la pareja se postró arrepentida, desprendiéndose de sus ilusorias vestiduras, símbolos de su fracaso. Añoraban ahora las vestiduras de la salvación, prometidas por el divino Padre. 

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