En este video compartimos a ustedes la ultima parte del Libro de Melquisedec, en esta parte nos cuenta los acontecimientos ocurridos en la Vida de Adán y Eva después de salir del Edén, también nos revela lo ocurrido antes y después del nacimiento de Caín, (el primer hijo de Adan y Eva, no de la serpiente ni de Satanás!). Escucharemos los pensamientos del joven Caín respecto a el problema cósmico y la conversación que tuvo con Dios El Eterno.
Texto:
Consolados por las revelaciones de la naturaleza, Adán y su compañera, alumnos en la escuela del sufrimiento, aprendían cada día a amar más al Salvador. Crecían en sabiduría, humildad y santidad. Todas las virtudes destruidas por el pecado, renacían en el corazón. Con ánimo la pareja se dedicaba al trabajo edificante: plantaban jardines que por el poder de Dios se llenaban de perfumadas flores y deliciosos frutos. Su hogar en el exilio se convertía en un refugio para los animales perseguidos de los valles. La colina, bajo la protección de los ángeles de la luz, se convirtió en una miniatura del Edén distante. Entre los animales reunidos y domados con amor, habían muchas ovejas.
Adán y Eva no conseguían poner los ojos sobre esos dóciles animales destinados al sacrificio, sin probar en lo profundo del alma una mezcla de dolor y gratitud. En la noche que antecedía a cada sábado, Adán tenía, por orden del Creador, el repetir el doloroso acto. ¡Cuánta amargura y arrepentimiento sobrevenían a la pareja al descender las tinieblas de la noche del sacrificio! ¡Cuánto consuelo les traía la llama del perdón que jamás había dejado de brillar sobre el altar, en aquellas noches pre figurativas! El decisivo valor del sacrificio, para que la vida pudiese florecer bajo la protección divina, llevó a la pareja a valorizar inmensamente a su pequeño rebaño.
Cada sexto día, no obstante, comenzó a traer consigo, más allá del dolor, una inquietud: — ¿Quién donará su sangre al altar cuando la última oveja perezca? — A los ojos de la pareja maravillada, aconteció al fin el milagro del amor, renovándoles la esperanza de vivir otras semanas bajo el brillo de la llama del perdón: una oveja, la más gorda de ellas, comenzó a sangrar como en sacrificio; De su dolor, les nacieron cuatro corderitos. Llenos de alegría y gratitud, Adán y Eva se postraron ante el Salvador invisible, teniendo en las manos aquellas nuevas criaturitas que traían en sus ojos la misma ternura y disposición para el sacrificio.
Seguros de que nuevos milagros multiplicarían sus días, la pareja unió su voz como antes, en un cántico de gratitud y adoración al Creador que, como los corderitos nacería también del dolor para cumplir en su vida el mayor de todos los sacrificios, para la salvación de la humanidad. El Eterno, aunque invisible a los ojos de Sus hijos humanos, permanecía muy cerca, acompañado por un ejército de ángeles, en incansable ministerio de cuidado y protección. La pareja estaba inconsciente de que la dulce calma y paz reinantes en aquella colina, así como toda su prosperidad, eran frutos de tan intensa lucha.
Si sus ojos fuesen abiertos hacia las escenas que ocurrían invisibles, serían arrebatados de espanto; ¡Cuán terrible era el enemigo y sus huestes en sus constantes investidas con el propósito de arruinar al ser humano, arrebatándolo de las manos del Creador! Viendo que el empleo de la fuerza no le redundaría en victoria, el enemigo en su astucia idealizó una trampa con la cual pudiera enlazar a la pareja. Reuniendo a sus ejércitos, les reveló sus planes diciendo: —“Al ser humano le fue ordenado sacrificar corderos, como símbolos del Salvador venidero.
Los tentaremos a mirar hacia esos símbolos como portadores de perdón y vida, haciéndolos poco a poco olvidar la realidad del sacrificio prometido por Dios. Será un proceso lento, pero de una victoria segura". — El Creador conociendo el peligro de esa trampa, se entristeció, pues al mirar hacia el futuro, pudo ver a tantos hijos Suyos siendo desviados del camino de la salvación. ¡Cuántos se apegarían a los símbolos juzgando encontrar en ellos virtud! Dios en su amor y cuidado, no los dejaría inconscientes del peligro que los amenazaba.
Sabía Él cuánto Adán y su compañera amaban a aquellos corderos que, al morir sobre el altar, les ofrecían luz y calor. Fácilmente podrían ser inducidos a verlos como fuentes de vida y luz, comenzándolos a reverenciar. Muchas semanas ya habían pasado, trayendo consigo las noches de dolor y sacrificio, seguidas por los días de esperanza y nostalgia de Aquel Padre cariñoso, el cual después de hacerles promesas y secar sus lágrimas, Se había tornado invisible delante de sus ojos. Cada día que pasaba, traía a la pareja una nueva carga de nostalgia, haciéndolos indagar en cada atardecer: — ¿Cuándo besaremos nuevamente Su faz? ¡¿Cuándo seremos envueltos por Sus brazos, caminando bajo la luz de Su amor?! — ¡Cuánta nostalgia sentían de aquellas noches edénicas, cuando adormecían en el suave regazo de su divino Padre!.
Una semana más de trabajo y lecciones aprendidas estaba finalizando. El sol en su declinar anunciaba otra noche de arrepentimiento y de sangre inocente a bañar el altar. La silente pareja estaba lejos de imaginar que en esa noche, el doloroso golpe que siempre era seguido por el fuego, les revelaría la faz bendita del Padre. Con las manos estremecidas, Adán levantó al cordero que, mudo, no hizo ninguna resistencia al ser colocado sobre el altar. Lágrimas rodaron en su rostro al pensar que un inocente animal más se zambulliría en las odiadas tinieblas de la muerte, para generar la luz con su sangre.
Es doloroso sacrificar, mas no hay otro camino de salvación. Únicamente a través de la sangre derramada del cordero, podrán vivir para contemplar en el futuro la faz del Padre. En un penoso esfuerzo Adán hace caer aquella piedra puntiaguda sobre el corderito que, en un gemido de dolor derrama su sangre. Una Luz gloriosa pronto disipa las tinieblas inundando toda la colina con sus rayos de vida. A través de las lágrimas la pareja entonces contempla en medio del fuego del altar, al Creador. En un gesto de amor, Dios abre Sus brazos como antes, y con una sonrisa camina hacia el tan anhelado abrazo.
Sin encontrar palabras que expresen su inmensa nostalgia, la pareja se lanza a Su pecho y llora amargamente. El divino Padre, conmovido, también llora, mas procura consolar a sus hijos, con su dulce sonrisa. Con emoción la pareja contempla la faz del Padre, envolviéndola con besos y cariños. El amor de ellos por Él había sido intensificado por el sufrimiento. Agradecidos y felices, caminan al lado del Creador, mostrándole los jardines cargados de flores y frutos. Le cuentan de las lecciones aprendidas junto a la naturaleza; Le muestran el rebaño domado por el afecto.
Iluminados por la suave luz del Eterno Padre, la pareja se sienta a Sus pies como antes, para oír Sus enseñanzas. El Creador, mirándolos con ternura, pasa a advertirlos del peligro. Orientándolos acerca de los sacrificios de corderos, que eran importantes en el sentido de mantener siempre en la mente la certeza de un Salvador venidero que, como los corderos, sería sacrificado para redención de los pecadores. Los corderos, sin embargo, no poseían en sí poder para perdonar las culpas, pues consistían apenas en símbolos del Mesías Rey.
Después de ser ellos concientizados del peligro de apegarse a los símbolos buscando encontrar en ellos la salvación, la pareja recibió la incumbencia de transmitir esas orientaciones a sus descendientes. Después de advertir al ser humano, el Creador colocó la mirada sobre las ovejas que yacían dormidas junto a su cría, y exclamó: — ¡Cuán bellos son los corderitos! — La pareja, en una mezcla de felicidad y dolor agregó: — ¡Ellos cuando están despiertos saltan de placer, olvidados de que al nacer y al morir causan tanto dolor! .
Después de contemplar a los corderitos, Dios miró a la pareja con ternura, revelándoles algo que los sorprendió y alegró: —Cuando de éstos corderos treinta y seis hayan subido al altar, vuestros brazos envolverán al primer hijo que, como ellos surgirá también del dolor. Ese hijo en su infancia les traerá alegría saltando como los corderitos en vuestro hogar. Deberéis instruirlo con dedicación en las leyes de la armonía, mostrándole el camino de la redención. Como vosotros, él será libre para escoger el rumbo a seguir. Aceptando la enseñanza, su vida será victoriosa; rechazándola, caminará hacia la derrota.
Adán y Eva oyeron con alegría la promesa divina, pero al mismo tiempo experimentaron en lo profundo del ser un temor al concientizarse de la responsabilidad que tendrían. Sabían que Satanás haría todos los esfuerzos para llevar al niño prometido a la perdición. Era alta noche cuando el Creador, después de acariciar a sus hijos, los dejó dormidos sobre el suave césped. Después de la promesa, cada corderito llevado al altar hacía latir más fuerte en el vientre materno la esperanza de la alegría que en breve alcanzarían.
Treinta y seis finalmente descendieron a las tinieblas cumpliendo el tiempo determinado por el Creador en que el primer niño recibiría la luz. Con las manos todavía manchadas por la sangre del sacrificio, Adán amparó a su esposa que, a los pies del altar se postró vencida por el dolor que le trajo el primer hijo. El pequeño niño no traía en la cara la alegría de la libertad, sino el llanto de su prisión; Ese llanto duraría la noche entera, si no fuese por el brillo de aquella llama ardiente de esperanza que, pronto atrajo la atención de sus ojitos atentos. Envolviéndolo con alegría, Eva consolada de su sufrimiento, dijo: "Alcancé del Señor la promesa". Le dio entonces el nombre de Caín.
Después de envolver al bebé con las pieles suaves de un cordero, la pareja permaneció despierta a meditar. Muchos eran los pensamientos que ocupaban sus mentes: pensamientos de alegría, de gratitud, de esperanza y de anhelo por el sentido de la responsabilidad que ahora pesaba sobre sus hombros. Acariciando con ternura al pequeño niño, la pareja maduró en su experiencia, comprendiendo mejor el misterioso amor de Dios que, para salvar a Sus hijos, Se dispuso a morir en lugar de ellos.
Adán y Eva no estaban solos en sus reflexiones: todos los seres inteligentes del Universo consideraban con interés el futuro de aquél indefenso bebé que en el interior poseía un reino de dimensiones infinitas, al ser disputado por los dos poderes en lucha. ¡¿Quién sería el Señor de su vida?! ¡¿Caminarían sus pies por el camino ascendente que lleva a la vida, o la ruta descendente que termina en el abismo de una muerte eterna?! Viendo al niño esbozar su primera sonrisa, la pareja súbitamente se acordó de la promesa del Creador que era confirmada en cada sacrificio: Él nacería de la mujer como niño, con la misión de redimir a la humanidad.
¿No sería Caín ya el cumplimiento de la promesa? ¡El infante con sus ojitos brillantes de alegría se parecía tanto a los corderitos que nacían y crecían con la misión de ser sacrificados! Considerando así, la pareja apretando al hijo junto al pecho comenzó a llorar sin consuelo. ¡Cuán terrible, sería ofrecer a su hijo inocente al rudo altar! Para la pareja compungida por el dolor, apareció al fin el sol brillante haciendo revivir con sus cálidos rayos las promesas que señalaban hacia un Salvador que, todavía en el futuro, nacería también del dolor para cumplir el eterno plan de redención.
Bendecido por el Creador y envuelto por el amor y cuidado de los padres, el niño se desarrollaba en su naturaleza física y mental, tornándose cada día en el objetivo mayor de una incansable batalla entre las huestes espirituales. Adán y Eva, ansiosos por hacerlo comprender las verdades de la salvación, lo tomaban en los brazos en cada amanecer y, al borde del altar le señalaban el Edén distante, contando aquellas historias de emoción las cuales el pequeño Caín todavía no conseguía comprender.
Cuál fue la alegría de aquellos padres, al verlo en una mañana de sol, señalar con su manita hacia el hogar de la nostalgia, pronunciando el nombre sagrado del Creador. Emocionados lo tomaron en los brazos, pidiéndole que repitiera ese sublime nombre que, cual llave de felicidad, siempre les descubría un paraíso de eterno amor. Todas las huestes de la luz se inclinaron con alegría al oír al pequeño niño pronunciar el nombre del divino Rey.
Las semanas se iban pasando trayendo consigo nuevas víctimas hacia el altar, y el pequeño Caín, blanco de la atención y cuidado de Dios, de las huestes de la luz y de aquellos amorosos padres incansables en la misión de instruirlo, agrupando sus pocas palabras, siempre curiosas con todo comenzó a interrogar. El día declinaba cuando el muchacho, que yacía en el regazo de su madre, le preguntó: —Madre, ¿Por qué el sol siempre se va así, dejando a la gente en el frío de la oscuridad?—"Eva, sorprendida contempló a su hijo, sin encontrar palabras para contestarle la pregunta que le trajo el recuerdo del pasado de felicidad destruido por su culpa.
Después de un momento de silencio, besando la cara del pequeño Caín, le dijo: —“Hijo, un día el sol vendrá para quedarse, trayendo en sus rayos un mundo solamente de armonía; ya no habrán animalitos para combatir, ni corderitos para morir sobre el altar"— El pequeño Caín deseando ver rayar pronto ese día, dijo a su madre: —“Madre, mañana el sol nacerá en el paraíso; ¡Pide para que él se quede! Así podré jugar, jugar, y nunca más dormir". — Ansioso en ver rayar el día que no tendría fin, el pequeñito Caín solamente se durmió hasta después de hacer a su madre prometer que pediría al sol permanecer.
Un nuevo día de sol radiante a caminar por el cielo surgió para Caín, trayendo en sus rayos alegría y calor. Mientras jugaba en el jardín, sus ojitos curiosos se volteaban muchas veces hacia el sol que parecía acariciarlo con una sonrisa de esperanza. Viéndolo, sin embargo, caminar en dirección del occidente, el pequeño corrió hacia su madre, preguntándole: —“Madre, ¿Él prometió quedarse?"—Eva, tomándolo en los brazos, le sonrió procurando hacerlo comprender con palabras simples, mientras le señalaba el distante paraíso, la historia de la redención.
El sol vendría un día para quedarse. Caín, insatisfecho con las palabras de la madre, demostró no tener paciencia para esperar ese día que yacía en un futuro distante. Repetía en llanto: —"¡Yo quiero el sol ahora, mañana no!"— Eva, pacientemente, procuró calmar a su hijo, hablando sobre la luz de Dios, que puede convertir la noche en día. Él lo amaba y podría henchir su corazoncito de brillo, de alegría y paciencia. Podría así, esperar feliz el día de sus sueños. Balanceando la cabecita en rechazo al consuelo de la madre, Caín pronunció entre sollozos: —"Yo quiero al sol porque yo puedo verlo, al Eterno no". —
Como una flecha dolorosa las palabras de rebeldía de Caín penetraron en el corazón de Eva, haciéndola llorar amargamente. Los fieles en todo el Universo se unieron a ese llanto. Una tristeza infinita se cernía sobre el corazón del Creador rechazado. Se esbozaba en los gestos de Caín los primeros pasos por el camino descendente de la rebeldía. ¡Cuántos lo seguirían rumbo a la muerte! Inconsciente de la tristeza que se había abatido sobre el reino de la luz, Adán, al ver el sol declinar en el horizonte, dejó su trabajo en el campo dirigiéndose hacia la casa.
Tenía un cántico en el corazón al caminar hacia un encuentro más con los suyos. Al acercarse al altar, vio junto a él a su compañera postrada en llanto. El pequeño Caín yacía allí también llorando. Tomándolo en los brazos, Adán le preguntó con ansiedad: —"¿Qué sucedió hijo mío?"— Caín tristemente respondió: —"Mamá dejó ir al sol todavía"— amparando al hijo con su brazo izquierdo, Adán puso su mano derecha sobre el hombro de Eva, más no encontró palabras para consolarla. La frase dicha por su hijito, pareció rasgarle el corazón, haciéndolo revivir la caída. Después de re-flexionar, Adán sintiéndose culpable respondió a Caín: —"Fue papá quien dejó ir al sol todavía hijo mío". —
Con sollozos de gran tristeza, Adán se unió a ellos en llanto. El recuerdo del Salvador, sin embargo, lo consoló. Secando sus lágrimas y las de su hijito, le dijo con ternura: —"Podemos alegrarnos hijito, pues Dios prometió hacer el sol para siempre brillar en el cielo; él será como el fuego que aparece en el altar, expulsando a las tinieblas de la noche"—. Con los ojitos vueltos hacia el último claro del arrebol, Caín permaneció sin consuelo. En aquél atardecer, no hubo como de costumbre una alegre cena. La pequeña familia, entristecida, permaneció silente a meditar por largas horas, hasta que soñolientos durmieron bajo la luz de las estrellas.
El enemigo y sus huestes, en sarcasmo de maldad se burlaban en aquella noche del sufrimiento de Dios y Sus fieles. Repitiendo las palabras de rebeldía del pequeño Caín, se jactaba como vencedor. En un desafío al Creador pronunció: — ¡Mira como este mi pequeño esclavo te rechaza! Lo mismo se dará con todos aquellos que han de nacer. Estoy seguro que el derecho del dominio jamás saldrá de mis manos. — Todas las huestes rebeldes repitieron en eco las afrentas del engañador, humillando a los súbditos de la luz que sufrían del lado del Eterno. Con sus afrentas, el enemigo procuraba hacer a Dios desistir de Su plan de redención. Si eso sucediese, su reino de tinieblas se extendería por toda la eternidad, suplantando el dominio de la luz.
En respuesta al desafío del enemigo, el Eterno solemnemente afirmó: —Aunque todos me rechazaren, Yo cumpliré la promesa. — El Creador no soportaba el pensamiento de ver al pequeño Caín caminar hacia la perdición. Por él intercedía cada día, ofreciendo ante la justicia Su sangre que vertería. Ángeles poderosos lo guardaban en cada momento, espantando las tinieblas espirituales que lo acechaban procurando volverlo insensible a los beneficios de la salvación, que eran ilustrados por los símbolos. Adán y Eva en su incansable ministerio de amor, todos los días enseñaban a Caín las lecciones espirituales ilustradas en la naturaleza.
En cada sábado procuraban afirmar en su mente juvenil la esperanza de una vida eterna, que sería fruto del sacrificio del Salvador. Él después de vivir una vida sin pecado, moriría como un cordero, para poder expulsar para siempre las tinieblas. Caín se conmovía a veces con las enseñanzas, mas casi siempre cuestionaba vacilante. Rebeldemente preguntaba: — ¡¿Por qué Samael se fue a rebelar?! —Cierta noche, rehusando oír los consejos de sus padres, los acusó de todo el mal diciendo: —"Si ahora no tenemos un sol a brillar, es por culpa de vosotros." —
La contemplación del Edén distante bañado en sol hizo nacer en el corazón juvenil de Caín pensamientos de aventura. Él comenzó a pensar: "Este paraíso no está tan lejos como afirman papá y mamá. ¡¿Por qué esperar y sufrir tanto tiempo?! ¡Él es tan bello! ¡Es de él que surge todos los días el sol! Si lo conquistáramos, será fácil detener la luz en su fuente; Así viviremos en un paraíso de eterno sol. Las ideas de aventura de Caín, llenaron el corazón de Adán y Eva de tristeza. Vieron que su interés era solamente por el tiempo presente; él soñaba con un paraíso de felicidad y luz conquistado por su fuerza.
En sus planes, no sentía la necesidad de un Salvador; — ¿Para qué, si era tan joven, inteligente, lleno de vida y de ideales?— así decía. Los días de luchas, intercesiones y sacrificios por el destino de Caín se fueron pasando. Oportunidades preciosas para apegarse al Salvador surgían cada día delante de él, mas todas las rechazaba, una por una. En su incredulidad llegó a dudar de la existencia de ese Dios, el cuál jamás había visto. A los padres que, afligidos pero siempre con paciencia, procuraban librarlo de la perdición hacia la cual estaba caminando, prometió un día, después de sonreír con aire de incredulidad, creer en el Creador y en Su plan de salvación, si se diera el caso de que Él se volviese visible en la hora del sacrificio.
Con ardiente fe, aquellos padres comenzaron a clamar al Eterno. Su presencia visible podría, quién sabe, salvar a aquél hijo amado que cada día se volvía más rebelde. El Creador oyó el clamor de los padres afligidos. Aunque sabía que su aparición difícilmente quebraría en el corazón del joven Caín su espíritu rebelde, estaba dispuesto a satisfacer la petición. Extendería los brazos amigos a Caín, procurando con amor conquistarle el corazón.
Como conocía sus anhelos y sueños de aventura, fácilmente Él podría identificarse con él, cautivándolo, pues Él también era Alguien que siempre había cargado en el pecho sueños de aventura; ¡¿No había sido la creación del Universo una gran aventura?! ¡¿No había sido Su sueño verlo incrustado de soles fulgurantes, iluminando billones de mundos con su brillo?! ¡¿No era también el mayor de los Suyos atravesar el valle de la muerte, en la búsqueda de la conquista del Edén distante, uniendo para siempre el sol en su cielo?! ¡Tenían muchas cosas en común! Caín estaba curioso en aquel día sexto.
En la faz de los padres, veía el ánimo y la alegría, frutos de una fe grandiosa. Estimulado por esa expresión de confianza, el joven comenzó a ayudarles en los preparativos para el santo sábado. El Sol finalmente se escabulló rodando hacia el poniente, dejando como de costumbre su rastro de nostalgia que anunciaba miedo. En medio de las tinieblas, Caín discernió la figura blanca del cordero siendo levantado hacia el altar por las manos del padre —ese incansable sacerdote que siempre estaba implorando al Creador por la salvación de su amado hijo. —
Con la mano levantada, Adán se preparaba para el golpe que podría, quién sabe, romper en el corazón de Caín su incredulidad, haciendo nacer en un solo momento la creencia en la salvación. De sus labios se escapa entonces la plegaria de la fe: — Padre Eterno, oye mi petición; ¡Mi hijo precisa de Ti! ¡¡Solamente una mirada Tuya podrá conquistarlo. Ven Señor!! — Esta oración sincera cayó en los oídos de aquél hijo conmoviéndolo. Solamente la plegaria ya sería suficiente para convencerlo de la existencia real de un Salvador.
Mientras seca las lágrimas de la emoción, Caín se estremece al oír el ruido del golpe de la muerte. Todo era solemne en aquel momento; ¡¿Vendría el Creador del mundo en respuesta a la oración de amor?! ¡¿Cómo lo encararía en su incredulidad?! Un fuerte brillo envolvió pronto toda la colina bañando también el valle oriental. Los ojos bien abiertos de Caín se posaron entonces en los ojos amables del Creador, que traía en la faz un brillo superior al del sol, mas no ofuscante.
Contemplándolo con admiración, Caín exclamó: — ¡Él es joven como yo, y se parece al Sol! —Adán y Eva, conmovidos por la gran nostalgia tenían deseos de saltar al pecho del Salvador y besarlo, pero dejaron que Él se encontrase primero con Caín. Con alegría, vieron al precioso hijo envuelto en los brazos del gran amigo, que era parecido a su astro. Después del largo abrazo, Dios abrazó y besó también a la querida pareja, compañeros en el sufrimiento. Con alegría, salieron a pasear por los jardines de la colina.
Al centro iba el Creador y Caín, y a los lados Adán y su compañera. ¡Cuánta felicidad experimentaban en esos pasos! Estaban completos. Caín, conquistado por el afecto del Padre Eterno, Le mostró sus animales de estimación y su pequeño jardín cargado de lindas flores. ¡Como estaba encantado de verlos coloridos en aquella noche deshecha por el brillo del Creador, como bajo la luz del día! Parecía hasta como si el mismo Sol hubiese bajado a ellos. Al pensar en el Sol, Caín como lo amaba mucho, comenzó a hablar sobre él diciendo: — ¡Como él es bello y bueno! Cuando él se va no obstante, deja en sus lágrimas de sangre un sentimiento de tristeza y temor.
Todo desaparece en su ausencia: los animales, el jardín; ¡hasta los pajarillos silencian sus cantos!... Pero basta a él decir que va a aparecer y, todo se llena de encanto; La naturaleza se despierta de su mansedumbre, pareciendo todavía temer a las tinieblas, mas cuando las ve huir, permanece alerta y canta; ¡Los animales, los pajarillos, el jardín,... todo vuelve a un feliz vivir! ¡¡¡Mas, esta felicidad siempre acaba!!! —
Después de hablar estas palabras, Caín mirando al Creador indagó curioso: —Papá siempre dice que fuiste tú quien creó al Sol. ¿Es verdad?— Con una sonrisa de sinceridad Dios le contestó que sí.— ¿Cuando tú le hiciste en el principio, continuó Caín, él ya huía hacia el poniente?— —Él nunca huye, respondió el Eterno, es el mundo quien huye de él. ¡Él esta triste con esa ingratitud!— — ¿Pero cómo?— Preguntó Caín, contemplando curioso Su faz de luz. Con palabras cariñosas, Dios comenzó a contarle la historia de Lucifer que, en su ingratitud desterró de sus ojos y de los ojos de una multiplicidad de criaturas, el brillo de Su faz —el Sol Verdadero. —
Después de actuar así, engañó a muchos diciendo que el Sol era quien huía de ellos. Con su astucia, continuó el Creador, el ángel rebelde procuró arrastrar al ser humano hacia las tinieblas, y lo consiguió. El Sol en aquel día, lloró tantas lágrimas de sangre, que bañó todo el cielo. En su último suspiro de luz, sin embargo, él le prometió al mundo ya arrebatado por las tinieblas, volver un día a brillar para siempre, llenando todo su seno de vida.
Después de decirle estas palabras, el Eterno mirando a aquel joven, con expresión de tristeza en los ojos concluyó diciendo: —Hoy, el ángel rebelde promete a sus seguidores que irá con su fuerza a detener el sol, pero él jamás conseguirá realizar ese plan, pues no posee el lazo que podría detenerlo: el amor. — Cabizbajo, Caín oyó de los labios del Creador esa historia de promesas, la cual ya se había cansado de oír de sus padres. Esa historia no le daba placer, pues mostraba una noche larga de sacrificios sobre el altar, y de un Salvador a perecer en dolor.
En realidad, Caín no veía razones para todo eso. ¡¿Porqué no desterrar lejos el sufrimiento coloreando las tinieblas de luz?! En un esfuerzo de conquistarlo, el Eterno con mucho amor miró a aquél joven insatisfecho, y le dijo que, solamente la sangre de Su sacrificio podría hacer al Sol brillar para siempre, en un reino de eterna felicidad y paz. No había otro camino para esa conquista. Por ello, debería ser paciente, descansando bajo Su cuidado.
Después de conversar por largo tiempo con Caín, en la tentativa de hacerlo reconocer su necesidad de salvación, Yahwéh volteándose hacia la pareja, comenzó a consolarlos con la promesa del nacimiento de otro hijo. Treinta y seis sacrificios más serían contados, y sus brazos envolverían al segundo hijo. Nacería también del dolor, más traería en los ojos el brillo y el consuelo de la salvación. Su testimonio de fidelidad sería perpetuado por todas las generaciones, en el símbolo de un altar cubierto de sangre. Las semanas se iban pasando, trayendo a la pareja nuevas de alegrías y tristezas: de un corazón lleno de vida a latir en el vientre de Eva, y de un vacío con olor de muerte a crecer en el corazón del joven Caín.
Aunque él se había deslumbrado ante la manifestación de Dios, esa aparición en nada le cambió su manera arrogante de pensar sobre el sentido de la vida. Él no veía sentido en los sacrificios ofrecidos en el altar. En los días que siguieron a su encuentro con el Creador, él argumentaba con sus padres diciendo: —Si yo fuese poderoso como el Eterno, yo jamás me sometería al sacrificio para reconquistar el reino perdido. Él es fuerte, y brilla como el sol. Él podría con una sola palabra expulsar todas las tinieblas, devolviéndonos el paraíso.
¡¿Para qué tanto sufrimiento?! — Con ese argumento, Caín se suponía más sabio que el Creador. Quién sabe si, en un próximo encuentro tendría oportunidad de aconsejarlo. De esa forma, el joven Caín se sumergía cada vez más en el abismo del orgullo y del egoísmo —lugar de ilusiones hacia donde se dirigía, — pensando estar caminando hacia la victoria. ¡¿No había sido Lucifer junto con un tercio de las huestes celestiales atraídos por esa misma ilusión?! El Dios bondadoso, todavía, no sellaría el destino de Caín sin antes procurar de todas las formas salvarlo de la ruina eterna.
Esa gracia inmerecida, fruto del divino amor, sería concedida a todo el ser humano que viniese a nacer en este mundo.
Texto:
Consolados por las revelaciones de la naturaleza, Adán y su compañera, alumnos en la escuela del sufrimiento, aprendían cada día a amar más al Salvador. Crecían en sabiduría, humildad y santidad. Todas las virtudes destruidas por el pecado, renacían en el corazón. Con ánimo la pareja se dedicaba al trabajo edificante: plantaban jardines que por el poder de Dios se llenaban de perfumadas flores y deliciosos frutos. Su hogar en el exilio se convertía en un refugio para los animales perseguidos de los valles. La colina, bajo la protección de los ángeles de la luz, se convirtió en una miniatura del Edén distante. Entre los animales reunidos y domados con amor, habían muchas ovejas.
Adán y Eva no conseguían poner los ojos sobre esos dóciles animales destinados al sacrificio, sin probar en lo profundo del alma una mezcla de dolor y gratitud. En la noche que antecedía a cada sábado, Adán tenía, por orden del Creador, el repetir el doloroso acto. ¡Cuánta amargura y arrepentimiento sobrevenían a la pareja al descender las tinieblas de la noche del sacrificio! ¡Cuánto consuelo les traía la llama del perdón que jamás había dejado de brillar sobre el altar, en aquellas noches pre figurativas! El decisivo valor del sacrificio, para que la vida pudiese florecer bajo la protección divina, llevó a la pareja a valorizar inmensamente a su pequeño rebaño.
Cada sexto día, no obstante, comenzó a traer consigo, más allá del dolor, una inquietud: — ¿Quién donará su sangre al altar cuando la última oveja perezca? — A los ojos de la pareja maravillada, aconteció al fin el milagro del amor, renovándoles la esperanza de vivir otras semanas bajo el brillo de la llama del perdón: una oveja, la más gorda de ellas, comenzó a sangrar como en sacrificio; De su dolor, les nacieron cuatro corderitos. Llenos de alegría y gratitud, Adán y Eva se postraron ante el Salvador invisible, teniendo en las manos aquellas nuevas criaturitas que traían en sus ojos la misma ternura y disposición para el sacrificio.
Seguros de que nuevos milagros multiplicarían sus días, la pareja unió su voz como antes, en un cántico de gratitud y adoración al Creador que, como los corderitos nacería también del dolor para cumplir en su vida el mayor de todos los sacrificios, para la salvación de la humanidad. El Eterno, aunque invisible a los ojos de Sus hijos humanos, permanecía muy cerca, acompañado por un ejército de ángeles, en incansable ministerio de cuidado y protección. La pareja estaba inconsciente de que la dulce calma y paz reinantes en aquella colina, así como toda su prosperidad, eran frutos de tan intensa lucha.
Si sus ojos fuesen abiertos hacia las escenas que ocurrían invisibles, serían arrebatados de espanto; ¡Cuán terrible era el enemigo y sus huestes en sus constantes investidas con el propósito de arruinar al ser humano, arrebatándolo de las manos del Creador! Viendo que el empleo de la fuerza no le redundaría en victoria, el enemigo en su astucia idealizó una trampa con la cual pudiera enlazar a la pareja. Reuniendo a sus ejércitos, les reveló sus planes diciendo: —“Al ser humano le fue ordenado sacrificar corderos, como símbolos del Salvador venidero.
Los tentaremos a mirar hacia esos símbolos como portadores de perdón y vida, haciéndolos poco a poco olvidar la realidad del sacrificio prometido por Dios. Será un proceso lento, pero de una victoria segura". — El Creador conociendo el peligro de esa trampa, se entristeció, pues al mirar hacia el futuro, pudo ver a tantos hijos Suyos siendo desviados del camino de la salvación. ¡Cuántos se apegarían a los símbolos juzgando encontrar en ellos virtud! Dios en su amor y cuidado, no los dejaría inconscientes del peligro que los amenazaba.
Sabía Él cuánto Adán y su compañera amaban a aquellos corderos que, al morir sobre el altar, les ofrecían luz y calor. Fácilmente podrían ser inducidos a verlos como fuentes de vida y luz, comenzándolos a reverenciar. Muchas semanas ya habían pasado, trayendo consigo las noches de dolor y sacrificio, seguidas por los días de esperanza y nostalgia de Aquel Padre cariñoso, el cual después de hacerles promesas y secar sus lágrimas, Se había tornado invisible delante de sus ojos. Cada día que pasaba, traía a la pareja una nueva carga de nostalgia, haciéndolos indagar en cada atardecer: — ¿Cuándo besaremos nuevamente Su faz? ¡¿Cuándo seremos envueltos por Sus brazos, caminando bajo la luz de Su amor?! — ¡Cuánta nostalgia sentían de aquellas noches edénicas, cuando adormecían en el suave regazo de su divino Padre!.
Una semana más de trabajo y lecciones aprendidas estaba finalizando. El sol en su declinar anunciaba otra noche de arrepentimiento y de sangre inocente a bañar el altar. La silente pareja estaba lejos de imaginar que en esa noche, el doloroso golpe que siempre era seguido por el fuego, les revelaría la faz bendita del Padre. Con las manos estremecidas, Adán levantó al cordero que, mudo, no hizo ninguna resistencia al ser colocado sobre el altar. Lágrimas rodaron en su rostro al pensar que un inocente animal más se zambulliría en las odiadas tinieblas de la muerte, para generar la luz con su sangre.
Es doloroso sacrificar, mas no hay otro camino de salvación. Únicamente a través de la sangre derramada del cordero, podrán vivir para contemplar en el futuro la faz del Padre. En un penoso esfuerzo Adán hace caer aquella piedra puntiaguda sobre el corderito que, en un gemido de dolor derrama su sangre. Una Luz gloriosa pronto disipa las tinieblas inundando toda la colina con sus rayos de vida. A través de las lágrimas la pareja entonces contempla en medio del fuego del altar, al Creador. En un gesto de amor, Dios abre Sus brazos como antes, y con una sonrisa camina hacia el tan anhelado abrazo.
Sin encontrar palabras que expresen su inmensa nostalgia, la pareja se lanza a Su pecho y llora amargamente. El divino Padre, conmovido, también llora, mas procura consolar a sus hijos, con su dulce sonrisa. Con emoción la pareja contempla la faz del Padre, envolviéndola con besos y cariños. El amor de ellos por Él había sido intensificado por el sufrimiento. Agradecidos y felices, caminan al lado del Creador, mostrándole los jardines cargados de flores y frutos. Le cuentan de las lecciones aprendidas junto a la naturaleza; Le muestran el rebaño domado por el afecto.
Iluminados por la suave luz del Eterno Padre, la pareja se sienta a Sus pies como antes, para oír Sus enseñanzas. El Creador, mirándolos con ternura, pasa a advertirlos del peligro. Orientándolos acerca de los sacrificios de corderos, que eran importantes en el sentido de mantener siempre en la mente la certeza de un Salvador venidero que, como los corderos, sería sacrificado para redención de los pecadores. Los corderos, sin embargo, no poseían en sí poder para perdonar las culpas, pues consistían apenas en símbolos del Mesías Rey.
Después de ser ellos concientizados del peligro de apegarse a los símbolos buscando encontrar en ellos la salvación, la pareja recibió la incumbencia de transmitir esas orientaciones a sus descendientes. Después de advertir al ser humano, el Creador colocó la mirada sobre las ovejas que yacían dormidas junto a su cría, y exclamó: — ¡Cuán bellos son los corderitos! — La pareja, en una mezcla de felicidad y dolor agregó: — ¡Ellos cuando están despiertos saltan de placer, olvidados de que al nacer y al morir causan tanto dolor! .
Después de contemplar a los corderitos, Dios miró a la pareja con ternura, revelándoles algo que los sorprendió y alegró: —Cuando de éstos corderos treinta y seis hayan subido al altar, vuestros brazos envolverán al primer hijo que, como ellos surgirá también del dolor. Ese hijo en su infancia les traerá alegría saltando como los corderitos en vuestro hogar. Deberéis instruirlo con dedicación en las leyes de la armonía, mostrándole el camino de la redención. Como vosotros, él será libre para escoger el rumbo a seguir. Aceptando la enseñanza, su vida será victoriosa; rechazándola, caminará hacia la derrota.
Adán y Eva oyeron con alegría la promesa divina, pero al mismo tiempo experimentaron en lo profundo del ser un temor al concientizarse de la responsabilidad que tendrían. Sabían que Satanás haría todos los esfuerzos para llevar al niño prometido a la perdición. Era alta noche cuando el Creador, después de acariciar a sus hijos, los dejó dormidos sobre el suave césped. Después de la promesa, cada corderito llevado al altar hacía latir más fuerte en el vientre materno la esperanza de la alegría que en breve alcanzarían.
Treinta y seis finalmente descendieron a las tinieblas cumpliendo el tiempo determinado por el Creador en que el primer niño recibiría la luz. Con las manos todavía manchadas por la sangre del sacrificio, Adán amparó a su esposa que, a los pies del altar se postró vencida por el dolor que le trajo el primer hijo. El pequeño niño no traía en la cara la alegría de la libertad, sino el llanto de su prisión; Ese llanto duraría la noche entera, si no fuese por el brillo de aquella llama ardiente de esperanza que, pronto atrajo la atención de sus ojitos atentos. Envolviéndolo con alegría, Eva consolada de su sufrimiento, dijo: "Alcancé del Señor la promesa". Le dio entonces el nombre de Caín.
Después de envolver al bebé con las pieles suaves de un cordero, la pareja permaneció despierta a meditar. Muchos eran los pensamientos que ocupaban sus mentes: pensamientos de alegría, de gratitud, de esperanza y de anhelo por el sentido de la responsabilidad que ahora pesaba sobre sus hombros. Acariciando con ternura al pequeño niño, la pareja maduró en su experiencia, comprendiendo mejor el misterioso amor de Dios que, para salvar a Sus hijos, Se dispuso a morir en lugar de ellos.
Adán y Eva no estaban solos en sus reflexiones: todos los seres inteligentes del Universo consideraban con interés el futuro de aquél indefenso bebé que en el interior poseía un reino de dimensiones infinitas, al ser disputado por los dos poderes en lucha. ¡¿Quién sería el Señor de su vida?! ¡¿Caminarían sus pies por el camino ascendente que lleva a la vida, o la ruta descendente que termina en el abismo de una muerte eterna?! Viendo al niño esbozar su primera sonrisa, la pareja súbitamente se acordó de la promesa del Creador que era confirmada en cada sacrificio: Él nacería de la mujer como niño, con la misión de redimir a la humanidad.
¿No sería Caín ya el cumplimiento de la promesa? ¡El infante con sus ojitos brillantes de alegría se parecía tanto a los corderitos que nacían y crecían con la misión de ser sacrificados! Considerando así, la pareja apretando al hijo junto al pecho comenzó a llorar sin consuelo. ¡Cuán terrible, sería ofrecer a su hijo inocente al rudo altar! Para la pareja compungida por el dolor, apareció al fin el sol brillante haciendo revivir con sus cálidos rayos las promesas que señalaban hacia un Salvador que, todavía en el futuro, nacería también del dolor para cumplir el eterno plan de redención.
Bendecido por el Creador y envuelto por el amor y cuidado de los padres, el niño se desarrollaba en su naturaleza física y mental, tornándose cada día en el objetivo mayor de una incansable batalla entre las huestes espirituales. Adán y Eva, ansiosos por hacerlo comprender las verdades de la salvación, lo tomaban en los brazos en cada amanecer y, al borde del altar le señalaban el Edén distante, contando aquellas historias de emoción las cuales el pequeño Caín todavía no conseguía comprender.
Cuál fue la alegría de aquellos padres, al verlo en una mañana de sol, señalar con su manita hacia el hogar de la nostalgia, pronunciando el nombre sagrado del Creador. Emocionados lo tomaron en los brazos, pidiéndole que repitiera ese sublime nombre que, cual llave de felicidad, siempre les descubría un paraíso de eterno amor. Todas las huestes de la luz se inclinaron con alegría al oír al pequeño niño pronunciar el nombre del divino Rey.
Las semanas se iban pasando trayendo consigo nuevas víctimas hacia el altar, y el pequeño Caín, blanco de la atención y cuidado de Dios, de las huestes de la luz y de aquellos amorosos padres incansables en la misión de instruirlo, agrupando sus pocas palabras, siempre curiosas con todo comenzó a interrogar. El día declinaba cuando el muchacho, que yacía en el regazo de su madre, le preguntó: —Madre, ¿Por qué el sol siempre se va así, dejando a la gente en el frío de la oscuridad?—"Eva, sorprendida contempló a su hijo, sin encontrar palabras para contestarle la pregunta que le trajo el recuerdo del pasado de felicidad destruido por su culpa.
Después de un momento de silencio, besando la cara del pequeño Caín, le dijo: —“Hijo, un día el sol vendrá para quedarse, trayendo en sus rayos un mundo solamente de armonía; ya no habrán animalitos para combatir, ni corderitos para morir sobre el altar"— El pequeño Caín deseando ver rayar pronto ese día, dijo a su madre: —“Madre, mañana el sol nacerá en el paraíso; ¡Pide para que él se quede! Así podré jugar, jugar, y nunca más dormir". — Ansioso en ver rayar el día que no tendría fin, el pequeñito Caín solamente se durmió hasta después de hacer a su madre prometer que pediría al sol permanecer.
Un nuevo día de sol radiante a caminar por el cielo surgió para Caín, trayendo en sus rayos alegría y calor. Mientras jugaba en el jardín, sus ojitos curiosos se volteaban muchas veces hacia el sol que parecía acariciarlo con una sonrisa de esperanza. Viéndolo, sin embargo, caminar en dirección del occidente, el pequeño corrió hacia su madre, preguntándole: —“Madre, ¿Él prometió quedarse?"—Eva, tomándolo en los brazos, le sonrió procurando hacerlo comprender con palabras simples, mientras le señalaba el distante paraíso, la historia de la redención.
El sol vendría un día para quedarse. Caín, insatisfecho con las palabras de la madre, demostró no tener paciencia para esperar ese día que yacía en un futuro distante. Repetía en llanto: —"¡Yo quiero el sol ahora, mañana no!"— Eva, pacientemente, procuró calmar a su hijo, hablando sobre la luz de Dios, que puede convertir la noche en día. Él lo amaba y podría henchir su corazoncito de brillo, de alegría y paciencia. Podría así, esperar feliz el día de sus sueños. Balanceando la cabecita en rechazo al consuelo de la madre, Caín pronunció entre sollozos: —"Yo quiero al sol porque yo puedo verlo, al Eterno no". —
Como una flecha dolorosa las palabras de rebeldía de Caín penetraron en el corazón de Eva, haciéndola llorar amargamente. Los fieles en todo el Universo se unieron a ese llanto. Una tristeza infinita se cernía sobre el corazón del Creador rechazado. Se esbozaba en los gestos de Caín los primeros pasos por el camino descendente de la rebeldía. ¡Cuántos lo seguirían rumbo a la muerte! Inconsciente de la tristeza que se había abatido sobre el reino de la luz, Adán, al ver el sol declinar en el horizonte, dejó su trabajo en el campo dirigiéndose hacia la casa.
Tenía un cántico en el corazón al caminar hacia un encuentro más con los suyos. Al acercarse al altar, vio junto a él a su compañera postrada en llanto. El pequeño Caín yacía allí también llorando. Tomándolo en los brazos, Adán le preguntó con ansiedad: —"¿Qué sucedió hijo mío?"— Caín tristemente respondió: —"Mamá dejó ir al sol todavía"— amparando al hijo con su brazo izquierdo, Adán puso su mano derecha sobre el hombro de Eva, más no encontró palabras para consolarla. La frase dicha por su hijito, pareció rasgarle el corazón, haciéndolo revivir la caída. Después de re-flexionar, Adán sintiéndose culpable respondió a Caín: —"Fue papá quien dejó ir al sol todavía hijo mío". —
Con sollozos de gran tristeza, Adán se unió a ellos en llanto. El recuerdo del Salvador, sin embargo, lo consoló. Secando sus lágrimas y las de su hijito, le dijo con ternura: —"Podemos alegrarnos hijito, pues Dios prometió hacer el sol para siempre brillar en el cielo; él será como el fuego que aparece en el altar, expulsando a las tinieblas de la noche"—. Con los ojitos vueltos hacia el último claro del arrebol, Caín permaneció sin consuelo. En aquél atardecer, no hubo como de costumbre una alegre cena. La pequeña familia, entristecida, permaneció silente a meditar por largas horas, hasta que soñolientos durmieron bajo la luz de las estrellas.
El enemigo y sus huestes, en sarcasmo de maldad se burlaban en aquella noche del sufrimiento de Dios y Sus fieles. Repitiendo las palabras de rebeldía del pequeño Caín, se jactaba como vencedor. En un desafío al Creador pronunció: — ¡Mira como este mi pequeño esclavo te rechaza! Lo mismo se dará con todos aquellos que han de nacer. Estoy seguro que el derecho del dominio jamás saldrá de mis manos. — Todas las huestes rebeldes repitieron en eco las afrentas del engañador, humillando a los súbditos de la luz que sufrían del lado del Eterno. Con sus afrentas, el enemigo procuraba hacer a Dios desistir de Su plan de redención. Si eso sucediese, su reino de tinieblas se extendería por toda la eternidad, suplantando el dominio de la luz.
En respuesta al desafío del enemigo, el Eterno solemnemente afirmó: —Aunque todos me rechazaren, Yo cumpliré la promesa. — El Creador no soportaba el pensamiento de ver al pequeño Caín caminar hacia la perdición. Por él intercedía cada día, ofreciendo ante la justicia Su sangre que vertería. Ángeles poderosos lo guardaban en cada momento, espantando las tinieblas espirituales que lo acechaban procurando volverlo insensible a los beneficios de la salvación, que eran ilustrados por los símbolos. Adán y Eva en su incansable ministerio de amor, todos los días enseñaban a Caín las lecciones espirituales ilustradas en la naturaleza.
En cada sábado procuraban afirmar en su mente juvenil la esperanza de una vida eterna, que sería fruto del sacrificio del Salvador. Él después de vivir una vida sin pecado, moriría como un cordero, para poder expulsar para siempre las tinieblas. Caín se conmovía a veces con las enseñanzas, mas casi siempre cuestionaba vacilante. Rebeldemente preguntaba: — ¡¿Por qué Samael se fue a rebelar?! —Cierta noche, rehusando oír los consejos de sus padres, los acusó de todo el mal diciendo: —"Si ahora no tenemos un sol a brillar, es por culpa de vosotros." —
La contemplación del Edén distante bañado en sol hizo nacer en el corazón juvenil de Caín pensamientos de aventura. Él comenzó a pensar: "Este paraíso no está tan lejos como afirman papá y mamá. ¡¿Por qué esperar y sufrir tanto tiempo?! ¡Él es tan bello! ¡Es de él que surge todos los días el sol! Si lo conquistáramos, será fácil detener la luz en su fuente; Así viviremos en un paraíso de eterno sol. Las ideas de aventura de Caín, llenaron el corazón de Adán y Eva de tristeza. Vieron que su interés era solamente por el tiempo presente; él soñaba con un paraíso de felicidad y luz conquistado por su fuerza.
En sus planes, no sentía la necesidad de un Salvador; — ¿Para qué, si era tan joven, inteligente, lleno de vida y de ideales?— así decía. Los días de luchas, intercesiones y sacrificios por el destino de Caín se fueron pasando. Oportunidades preciosas para apegarse al Salvador surgían cada día delante de él, mas todas las rechazaba, una por una. En su incredulidad llegó a dudar de la existencia de ese Dios, el cuál jamás había visto. A los padres que, afligidos pero siempre con paciencia, procuraban librarlo de la perdición hacia la cual estaba caminando, prometió un día, después de sonreír con aire de incredulidad, creer en el Creador y en Su plan de salvación, si se diera el caso de que Él se volviese visible en la hora del sacrificio.
Con ardiente fe, aquellos padres comenzaron a clamar al Eterno. Su presencia visible podría, quién sabe, salvar a aquél hijo amado que cada día se volvía más rebelde. El Creador oyó el clamor de los padres afligidos. Aunque sabía que su aparición difícilmente quebraría en el corazón del joven Caín su espíritu rebelde, estaba dispuesto a satisfacer la petición. Extendería los brazos amigos a Caín, procurando con amor conquistarle el corazón.
Como conocía sus anhelos y sueños de aventura, fácilmente Él podría identificarse con él, cautivándolo, pues Él también era Alguien que siempre había cargado en el pecho sueños de aventura; ¡¿No había sido la creación del Universo una gran aventura?! ¡¿No había sido Su sueño verlo incrustado de soles fulgurantes, iluminando billones de mundos con su brillo?! ¡¿No era también el mayor de los Suyos atravesar el valle de la muerte, en la búsqueda de la conquista del Edén distante, uniendo para siempre el sol en su cielo?! ¡Tenían muchas cosas en común! Caín estaba curioso en aquel día sexto.
En la faz de los padres, veía el ánimo y la alegría, frutos de una fe grandiosa. Estimulado por esa expresión de confianza, el joven comenzó a ayudarles en los preparativos para el santo sábado. El Sol finalmente se escabulló rodando hacia el poniente, dejando como de costumbre su rastro de nostalgia que anunciaba miedo. En medio de las tinieblas, Caín discernió la figura blanca del cordero siendo levantado hacia el altar por las manos del padre —ese incansable sacerdote que siempre estaba implorando al Creador por la salvación de su amado hijo. —
Con la mano levantada, Adán se preparaba para el golpe que podría, quién sabe, romper en el corazón de Caín su incredulidad, haciendo nacer en un solo momento la creencia en la salvación. De sus labios se escapa entonces la plegaria de la fe: — Padre Eterno, oye mi petición; ¡Mi hijo precisa de Ti! ¡¡Solamente una mirada Tuya podrá conquistarlo. Ven Señor!! — Esta oración sincera cayó en los oídos de aquél hijo conmoviéndolo. Solamente la plegaria ya sería suficiente para convencerlo de la existencia real de un Salvador.
Mientras seca las lágrimas de la emoción, Caín se estremece al oír el ruido del golpe de la muerte. Todo era solemne en aquel momento; ¡¿Vendría el Creador del mundo en respuesta a la oración de amor?! ¡¿Cómo lo encararía en su incredulidad?! Un fuerte brillo envolvió pronto toda la colina bañando también el valle oriental. Los ojos bien abiertos de Caín se posaron entonces en los ojos amables del Creador, que traía en la faz un brillo superior al del sol, mas no ofuscante.
Contemplándolo con admiración, Caín exclamó: — ¡Él es joven como yo, y se parece al Sol! —Adán y Eva, conmovidos por la gran nostalgia tenían deseos de saltar al pecho del Salvador y besarlo, pero dejaron que Él se encontrase primero con Caín. Con alegría, vieron al precioso hijo envuelto en los brazos del gran amigo, que era parecido a su astro. Después del largo abrazo, Dios abrazó y besó también a la querida pareja, compañeros en el sufrimiento. Con alegría, salieron a pasear por los jardines de la colina.
Al centro iba el Creador y Caín, y a los lados Adán y su compañera. ¡Cuánta felicidad experimentaban en esos pasos! Estaban completos. Caín, conquistado por el afecto del Padre Eterno, Le mostró sus animales de estimación y su pequeño jardín cargado de lindas flores. ¡Como estaba encantado de verlos coloridos en aquella noche deshecha por el brillo del Creador, como bajo la luz del día! Parecía hasta como si el mismo Sol hubiese bajado a ellos. Al pensar en el Sol, Caín como lo amaba mucho, comenzó a hablar sobre él diciendo: — ¡Como él es bello y bueno! Cuando él se va no obstante, deja en sus lágrimas de sangre un sentimiento de tristeza y temor.
Todo desaparece en su ausencia: los animales, el jardín; ¡hasta los pajarillos silencian sus cantos!... Pero basta a él decir que va a aparecer y, todo se llena de encanto; La naturaleza se despierta de su mansedumbre, pareciendo todavía temer a las tinieblas, mas cuando las ve huir, permanece alerta y canta; ¡Los animales, los pajarillos, el jardín,... todo vuelve a un feliz vivir! ¡¡¡Mas, esta felicidad siempre acaba!!! —
Después de hablar estas palabras, Caín mirando al Creador indagó curioso: —Papá siempre dice que fuiste tú quien creó al Sol. ¿Es verdad?— Con una sonrisa de sinceridad Dios le contestó que sí.— ¿Cuando tú le hiciste en el principio, continuó Caín, él ya huía hacia el poniente?— —Él nunca huye, respondió el Eterno, es el mundo quien huye de él. ¡Él esta triste con esa ingratitud!— — ¿Pero cómo?— Preguntó Caín, contemplando curioso Su faz de luz. Con palabras cariñosas, Dios comenzó a contarle la historia de Lucifer que, en su ingratitud desterró de sus ojos y de los ojos de una multiplicidad de criaturas, el brillo de Su faz —el Sol Verdadero. —
Después de actuar así, engañó a muchos diciendo que el Sol era quien huía de ellos. Con su astucia, continuó el Creador, el ángel rebelde procuró arrastrar al ser humano hacia las tinieblas, y lo consiguió. El Sol en aquel día, lloró tantas lágrimas de sangre, que bañó todo el cielo. En su último suspiro de luz, sin embargo, él le prometió al mundo ya arrebatado por las tinieblas, volver un día a brillar para siempre, llenando todo su seno de vida.
Después de decirle estas palabras, el Eterno mirando a aquel joven, con expresión de tristeza en los ojos concluyó diciendo: —Hoy, el ángel rebelde promete a sus seguidores que irá con su fuerza a detener el sol, pero él jamás conseguirá realizar ese plan, pues no posee el lazo que podría detenerlo: el amor. — Cabizbajo, Caín oyó de los labios del Creador esa historia de promesas, la cual ya se había cansado de oír de sus padres. Esa historia no le daba placer, pues mostraba una noche larga de sacrificios sobre el altar, y de un Salvador a perecer en dolor.
En realidad, Caín no veía razones para todo eso. ¡¿Porqué no desterrar lejos el sufrimiento coloreando las tinieblas de luz?! En un esfuerzo de conquistarlo, el Eterno con mucho amor miró a aquél joven insatisfecho, y le dijo que, solamente la sangre de Su sacrificio podría hacer al Sol brillar para siempre, en un reino de eterna felicidad y paz. No había otro camino para esa conquista. Por ello, debería ser paciente, descansando bajo Su cuidado.
Después de conversar por largo tiempo con Caín, en la tentativa de hacerlo reconocer su necesidad de salvación, Yahwéh volteándose hacia la pareja, comenzó a consolarlos con la promesa del nacimiento de otro hijo. Treinta y seis sacrificios más serían contados, y sus brazos envolverían al segundo hijo. Nacería también del dolor, más traería en los ojos el brillo y el consuelo de la salvación. Su testimonio de fidelidad sería perpetuado por todas las generaciones, en el símbolo de un altar cubierto de sangre. Las semanas se iban pasando, trayendo a la pareja nuevas de alegrías y tristezas: de un corazón lleno de vida a latir en el vientre de Eva, y de un vacío con olor de muerte a crecer en el corazón del joven Caín.
Aunque él se había deslumbrado ante la manifestación de Dios, esa aparición en nada le cambió su manera arrogante de pensar sobre el sentido de la vida. Él no veía sentido en los sacrificios ofrecidos en el altar. En los días que siguieron a su encuentro con el Creador, él argumentaba con sus padres diciendo: —Si yo fuese poderoso como el Eterno, yo jamás me sometería al sacrificio para reconquistar el reino perdido. Él es fuerte, y brilla como el sol. Él podría con una sola palabra expulsar todas las tinieblas, devolviéndonos el paraíso.
¡¿Para qué tanto sufrimiento?! — Con ese argumento, Caín se suponía más sabio que el Creador. Quién sabe si, en un próximo encuentro tendría oportunidad de aconsejarlo. De esa forma, el joven Caín se sumergía cada vez más en el abismo del orgullo y del egoísmo —lugar de ilusiones hacia donde se dirigía, — pensando estar caminando hacia la victoria. ¡¿No había sido Lucifer junto con un tercio de las huestes celestiales atraídos por esa misma ilusión?! El Dios bondadoso, todavía, no sellaría el destino de Caín sin antes procurar de todas las formas salvarlo de la ruina eterna.
Esa gracia inmerecida, fruto del divino amor, sería concedida a todo el ser humano que viniese a nacer en este mundo.
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